lunes, 3 de septiembre de 2012

Voluntad de vivir.

       He elegido este título, un poco al tún tún, porque realmente, no haré ni aquí ni ahora un análisis personal del principio de Schopenhauer, sobre la introspección y consecuente conocimiento del Yo, continuación de la obra al sfumato de Kant.

       Como suele ocurrir, con bastante frecuencia, a elevadas horas de la noche imperante, mi alter ego, también conocido como (a.k.a) trastorno de identidad disociativo, subsume mi consciente, lo aborda y expolia, lo expropia, o lo encierra en el cajón del preconsciente, y se disfraza de inconsciente, con todas las consecuencias que eso, por suerte o por desgracia, conlleva.

       Yo, en continua búsqueda de la más satisfactoria identidad a nivel personal, desde que tengo uso de razón, devenir en colimaçon de ensayos y errores, mantenimiento y mejora, modificaciones sustanciales y accidentales de los factores conductual y cognitivo, moldeamiento de mi animus laedendi para con la parsimonia e insubstancialidad del ente humano dominante, en aras de aprehender una única compasión, que haga, de al menos lo que desde mi concepción queda de mí, un individuo respetuoso (que no es lo mismo que tolerante), hacia los comportamientos ajenos, sociales o asociales, me desnudo día tras día al sol de la razón.
Mezcla o mezcolanza, se aceptan opiniones, pero no voluntad de corregirlo, de religiones y filosofias, me acerco a Schopenhauer, sí, pero no haré, como en el exordio declaro, un panegírico de su teoría, tan solo manifiesto que no estoy lejos de pensar como él.
Ahora bien, haré, en base a mi propia religión, un soplo de ironía hacia lo recorrido en el campo del autoconocimiento humano, para exponer, brevemente, cuál sería, a mi entender, la estructura del ente humano.
Para empezar, el ser humano, emanación de algún tipo de orden, posiblemente no escondido u omnipresente (como sigue el dogma judeocristiano), sino invisible y ponderado, es, al mismo tiempo, devorador inteligente y presa transitoria. Me explico. El hombre librepensador (no aquel descrito hasta la enésima durante la Ilustración, sino algo menos elaborado), es como poco, una ponderación de fuerzas, positivas y negativas, todas ellas constantemente contrarrestadas, pulsiones, resistencias, tensiones, vigilias, introspecciones...
Para que todos los seres humanos sean perfectamente calificados como animales sociales, han de tener, a mi entender, dos extremos: la conciencia (guna) y sus represiones; y la voluntad, entendida como mera aproximación interindividual en su mínima ratio, y como sacrificio en su máxima. Coronando tan perfecta creación, un orden, como iba explicando, de ponderada presencia, dependiendo de la necesidad en el contexto si es que se produce disociación a nivel social o individual: entre los individuos (con alta carga de voluntad y factor conciencial; ejemplos nimios corren desde simples agresiones verbales a ya, palabras mayores, como enfrentamientos armados), o entre el individuo y su yo interior (ruptura del nexo conciencial, y opacidad en el campo de la voluntad, como una simple neurosis, o una esquizofrenia).
Sin embargo, como no me he sentado en mi silla giratoria de Ikea, mientras escucho Café del Mar, para merodear por los puertos suprahumanos superiores, sino para estructurar la energía del hombre (y mujer, claro está), cambio el rumbo. Habíamos quedado en dos extremos, la conciencia y la voluntad. La intensidad del nexo entre ambos términos determinará la maldad o inocencia de los actos realizados o realizables, y la explicación de una conducta u otra no solamente es explicable mediante el factor "aprendizaje e imitación", ni siquiera hereditariamente, o por propia experiencia, sino además de todo lo anterior, por lo que yo llamo el "cuarto factor", la esencia o traza de carácter o temperamento que es expulsado mediante los periodos de máxima fluídez mental (desde la inspiración del poeta o pintor, al gozo del turista, pasando por el orgasmo de unos recién casados), y que, aunque no perceptibles al momento, a largo plazo se manifiestan como si de metástasis hablásemos.
         El hombre (y mujer), devora inteligentemente, porque raciona sus actos, será comedido o negligente, aplastará o creará, pero modificará lo mínimo, esto es, se habituará a su contexto, se adaptará cobarde o inevitablemente, y le llamarán revolucionario por tratar de cambiar su sistema, tirano por monopolizarlo, desviado por evitarlo, o ciudadano por aceptarlo. Pero que quede claro, más allá de un sistema, pocos casos se han dado de auténtica voluntad de modificación a escala global.
Y es presa transitoria, presa por ser el lazarillo de un destino escrito, al que podrá estafar o sacar provecho de cuando en cuando, pero al que acompañará, sin alejarse, hasta el último capítulo. Y transitoria debido a que esta vida tiene un inexpugnable fin, que nos provoca sufrimiento e incertidumbre, nos hace pasear como gatos sobre una cornisa, planeando como dar el siguiente paso. El hado puede ser maravilloso o devastador, pero al fin y al cabo, es hado, y el fin de la vida terrenal es insalvable (esto me acerca a Arthur).
Esas emanaciones del profundo yo (recordamos, manifiestamente notorias en periodos de fluidez mental), ese yo exclusivamente mental, con su propia estructura conciencia-voluntad, bogan a nuestro alrededor urdiendo fecundar un alma poco activa, respondiendo a la constante fluctuación actividad-pasividad, principio universal absoluto y necesario. Tan solo apreciable en el hombre y en la mujer, ya que los animales, aún dotados de inmensa voluntad, carecen de conciencia.
         Recapitulando, concebimos un hombre con estructura anatómica material, y con estructura mental bipolar que conecta con el mundo exterior. Esas conexiones, subsumen la inteligibilidad, al menos la humana, y quedan a disposición del ente ponderante superior, ese orden al que, humildemente, llamaré Tao, que yo concibo como tal, y el cual no sabría explicar porque: "El Tao que puede ser expresado, no es verdadero Tao" (Tao Te Ching, Lao Tzí).
Esas emanaciones tienen multiples funciones, desde el comportamiento humano, hasta la configuración del neonato, el viaje del cuerpo muerto... y sobre todo, las manifestaciones en las costumbres generales futuras (algo que aproximadamente Jung calificó como Inconsciente colectivo), a partir del fenómeno conocido como Renacimiento, en el que yo creo, y que por tanto me acerca al budismo.
3:50 a.m., mis ojos se van cerrando, y me veo en la necesidad de dejar la continuación para la siguiente entrada. Gracias lector.