martes, 31 de julio de 2012

Garabatos de mi espíritu.

Hoy
meciéndome con la Luna
he soñado cautivarte, y besar
tu piel desnuda.
Me he desdicho de mis planes
he jugado...bailo entre estrellas
ahogo toda poesía
te arropo, si te desvelas...
y sigo siendo tan solo
para ti tan solo un niño
y para mí, sin que me sueñes
o pienses, muerte y delirio.
Déjame,
pero déjame sin soltarme las dos manos
y átame a tu recuerdo
júrame que eres humana
y si yo no soy humano,
permíteme ser tu sombra
para aferrarme a tu cuerpo.

domingo, 29 de julio de 2012

Tratado del buen ciudadano, capítulo I.

Habitualmente, escribo en un estado de perenne calma, y en mi ingenuidad naïf, pretendo creer que, de algún modo, o bien tengo la razón, o bien no la tengo, pero el lector está compartiendo su opinión con la mía.
La ciudadanía es perversa, maléfica, maquiavélica, dañina, nociva, ponzoñosa, además de un proyecto sumamente pretencioso. Pueriles gobernantes, alcalditos, consejeros, concejales, teniente-alcalditos, secretarios y demás turba del politikós local, que tirotean a toda casta moviente y semoviente, con sanciones y ordenanzas, en el mejor de los casos, autoritarias y arbitrarias, y en el peor, absurdas y contradictorias.
Este anterior párrafo, un tanto pendenciero, viene al hilo de un suceso acaecido hace exactamente... una hora. Yo, amante de la lectura en Domingos y no Domingos, granice, nieve, truene, tueste o cubra de nubes la Tierra a lo largo y ancho, ese cielo de los Dioses; ojeaba un libro que recientemente me han prestado: Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig (harto recomendable, dado que es brevísimo, escrito en un registro frugal, inteligible, y sobre todo, ameno ameno ameno); considerando dos veces la posibilidad de no lidiar la invitación hecha por el arrullo de mi gato, para conciliar un sueñecito ambos, al menos, durante la siguiente media hora...comprensible, dado que eran las cuatro menos cuarto, de esta tórrida tarde de final de Julio. La esperanza era ya un mero fantasma, cuando al simpático vecino que vive a mi zurda, no se le ocurre otra magnífica idea más que, retomar felizmente, sus obras menores, las cuales no veré jamás terminar, y es que el Pigmalión de los cojones, lleva de "obras menores", desde principios de Abril... ¡y cuatro meses de "obras menores" pueden dar para mucho, oiga!. Sobre todo si son tan menores como para hacer vibrar mi hogar.
Mi disyuntiva es la siguiente: cuando por fin, nuestro amigo Brunelleschi, decida que su opera magna haya finalizado, habré de decidir entre, por curioso, o bien ir a admirar Dios quiera que sea lo que haya construido o destruido, porque creo, en mi consciente ignorancia, que se causaron menos perjuicios en la construcción de la Gran Muralla, del Monasterio del Escorial, de la Pirámide de Keops, o del Palacio del Pueblo de Bucarest (por el que "el pueblo", es el único que no pasa); o bien entrar vesánicamente en su inmueble y meterle fuego hasta a la escoba del urinario; como también puedo "dejarlo pasar", lo cual es conducta generalmente impuesta aceptada y que sin duda, me hará ser un buen ciudadano.
¡Caray con la manía que les ha dado a todos por el buenismo! La tolerancia entra en mi equipaje de mano, siempre que lo guardemos junto a su hermano mayor, el respeto. Y es que creo que es respetable, aquí, en Naurú, en las Islas Mauricio o en cualquier rincón de este luengo planeta, el hecho de querer reposar la semana, un Domingo por la tarde. Están tardando en acomodarlo, al "ilustrado" catálogo de soeces derechos fundamentales de los que consta nuestra Constitución, que es papel mojado, en otras palabras.
Buscando en la web la dichosita ordenanza sobre ruidos, del excelentísimo y todopoderosísimo Ayuntamiento de Madrid, contemplo ojiplático cómo... es permisible hacer obras en casa los Domingos, si bien se le impone un horario más restringido, que durante los días laborables: de 8 a 22 para éstos, y de 9 a 22 para aquéllos. ¡Fantástico, maravilloso, albricias y vítores! Una hora más de reposo matinal, ¡cuánta benevolencia señores del Pleno!.
Pero ¡vaya!, que lo que antes se podía solucionar hablando y razonando, todo ello terminado en un apretón de manos y ambas disculpas; hoy día puede acabar con una nota de cortesía, respondida por un "anda y que te den por el c..., yo hago lo que quiera en mi casa". Y es que este país, del que muchos se sienten orgullosísimos, sobre todo cuando ven jugando a un juego de niños, a veintidós fantoches que exhiben sus peinados, y a un arbitro que acaba por ser el foco de todo improperio; ha perdido, y seguirá perdiendo, las formas y la educación deseables, dicho por alguien que tuvo el placer de vivir en France durante un año; ejemplar comportamiento y cortesía la de aquellos que aquí, llaman "gabachos de mierda". Anécdota interesante: varias veces, al volver a establecerme aquí después de, recientemente, haber vuelto de aquellas tierras, no fueron pocos los que al conversar, me compelían a hablar más alto... costumbre grata, el uso francés, de hablar al volumen justo y necesario.

Me retiro de nuevo a ver si, al menos, durante un rato, puedo hacer acopio de una horita, de suave lectura.

viernes, 27 de julio de 2012

Y la poesía, ¿qué es la poesía?...

Hace poco, me formularon, más o menos de este modo, esa pregunta, que a primera vista puede parecer de simple respuesta, pero que por el contrario, encierra uno de los enigmas más inaccesibles de la historia del hombre. Yo, como poeta, en mi humildad, intento responderla, días después:

"Véngate del rostro que te hizo jurar en vano
líbrate del todo y, aférrate a la nada
escribe con la tinta que salga de tus manos
renuncia a tus principios, afila las palabras.


Acaba con tu esencia y, transgrede allá en la sombra
ármate de luz, de vehemencia y de poesía
háblale a los mares, ordénale a las rocas
y atrévete a jugar, a ser poeta, por un día".


                   Miguel da Caravaggio... una calurosa tarde de Julio del 2012, en esta sartén llamada Argüelles.

miércoles, 25 de julio de 2012

¿Qué es la libertad?

                 Multitud de rostros se agolpan, tarea cotidiana e irrefutable, en los andenes de Atocha, Sol, Argüelles, Nuevos Ministerios,... han dado las 9:00. Redes humanas bogan hacia sus empleos, trabajos estables o inestables, regulares o irregulares, públicos o privados, tiempo petulante y desagradecido o agradecido (según se mire), el que pasa entre tren y tren. Son almas anónimas, dueños del alba en Enero, o de la canícula en Julio. Vectores deambulantes, versos aún no escritos, trazos de un gran boceto que nunca finalizará, grisaglia rematada, sfumato próximo al delirio, ojos huraños, sonrisas a medio hacer, hedor característico, templanza matinal, muecas ermitañas, hoscas caminatas entre transbordo y transbordo, rutina de papel maché, reparto de diarios repletos de bagatelas, subordinados y jerarcas, becados y asalariados, polizones y viajeros, autónomos y empleados, yo, tú, él, nosotros, vosotros, y ellos.
                 Turbas de agregados hacen cola, el vagón, lleno hasta la bandera, gestos de impaciencia, intransigencia, enojo, nojo, pleitesía ante mayores o impertinencia de menores, almacén de emociones sin inventario alguno, unos pocos izan amagos de cortesía, otros los expolian... fiebre metropolitana que se ufana de gozar de libertad alguna, ¡qué nimiedad!.
          Sentíamos intranquilidad, ante una posible rebelión de las máquinas, una caída del "mundo libre" (hilarante ironía), ante la tecnología de los semiconductores (microchips), Hawking lo vaticinaba, y sin darnos cuenta, las máquinas somos nosotros. Autómatas programados para el rechazo al albedrío más humano, siquiera más pueril. Artilugios extravagantes ya parte integrada de nuestro diario run-run, un catálogo harto extenso de leyes que permiten, prohíben, regulan, restringen...carcomen. Piden los más demócratas un estado laico, sin caer en la cuenta de que la deidad que más debe preocupar, es la lex (y lo arguye un licenciado en Derecho), y su escrito sagrado, es el discurso progresista que tanto se enarbola, inmutable, permanente, intocable, pretencioso, arrogante, suspicaz, desafiante y, para más inri, contumazmente generalizado, en boca de todos, como los gargajos. Esto es, llego a la atrevida conclusión, de que el ser humano necesita de un "él" o "ella" superior, ¡ojo!, no hablo en particular de deidades ni demiurgos, de presidentes ni dramaturgos, hablo de la necesaria fe en un vaticinio, una profecía, un dogma, una ideología, etc... ésto es, desde mi punto de vista, el aparato más ambicioso de control jamás ejercido sobre el homo sapiens, control evaluable a largo plazo en el proceso de evolución humana, ¡meu Deus!, si hasta el correr por la calle está prohibido por ley. Hago alusión, guiño histórico, desenterrando vilezas de nuestra cronología, al triunfo de la Ilustración, tras la Revolución Francesa, y el establecimiento en 1793, por una bandada de sans-culotte, del culto pretencioso e infumable a la Diosa Razón (Déesse Raison), la religión de la naturaleza, y Notre Dame como lugar de culto para sus aquelarres jacobinos. ¿Son necesarias más pruebas? ¿Queda oro para esculpir más becerros? Y si es que el essere umano se encontrara ya, actuando extramuros del control de algo superior, por propia voluntad, vamos a tener que echar mano de esa cita del Leviatán, "homo homini lupus".





martes, 24 de julio de 2012

Paulino y Malena.

            Como cada tarde, Paulino, hombre parco en palabras, sencillo, enjuto, apocado, de sonrisa permanente y tendente a aquella manía tan monacal, de cruzar los dedos de ambas manos, girando los pulgares entre sí; sufridos cincuenta años, ciego de ojos por accidente de profesión como carbonero, hacía ya más de dos mil lunas, pero de vista atezada como el azabache, profunda, como el ojo de un huracán; se sentaba, junto a la fachada de su humilde hogar, a "observar" la realidad pasar tras sus narices; a olfatear el aroma de la piel de los gatos que, a su manera, le saludaban, frotándose una y otra vez, contra sus piernas cruzadas; a responder a todo saludo de los que por allí merodeaban; a recordar tiempos mejores; a sonreír a las ñeques contradicciones; a descifrar los enigmas a los que el kioskero Carmelo, le desafiaba; a crear barcos y aves de papel, con los pliegos de periódico que a aquél le sobraban, y un largo etcétera.
            Malena era, a opinión del resto del pueblo, una vulgar fulana de burdas maneras, ya más que desgastada por el trajín de los años, y no andaban muy en desacierto. De risa expropiada por su protocolaria rutina, arrugas que lastraban cada día más su trabajo, sueños perdidos entre las sábanas de mil camas, piropos malolientes, insultos bienvenidos, cuarenta y nueve infelices primaveras, homínidos inanes que ningún futuro ni salida, le ofrecían; era, en resumen, mobiliario urbano que el viandante común, siempre trata de evitar. De cabellos manifiestamente descoloridos, piel oxidada e intransitable, manos huesudas, pecho caído y nacarado que denotaba un cansado escote, nariz cincelada a modo de efigie años atrás, tacones desgastados, y un bolso pequeño cubierto por perlas, algunas ya caídas; pasaba, como cada tarde, a eso de las ocho y media, por la fachada del hogar de Paulino.
           A Paulino, no le faltaba un sentido, sino que ante el taconeo de Malena, y la fragancia que al conjunto acompañaba, le sobraban dos. El ciego, llevaba ya varios meses percibiendo aquel aroma a coco, aquel ventanal de sensaciones en sus pulmones, esa porción de su rutina que a muchos podría matar o hastiar pero que, sin embargo, a él estaba dando la vida. No obstante, era inviable un fortuito encuentro entre ambos seres, dado que Malena siempre andaba como alma que lleva el Diablo. Además, ¿dije ya que Paulino era un hombre parco en palabras, sencillo, enjuto y apocado?
           Carmelo era robusto, bonachón, de rostro rosado, gorra a cuadros, camisa descocada, honrado y cercano a sus clientes, pero que, alejado de todo concepto de familia, durante los últimos cinco años, su único amigo había sido Paulino.
Carmelo, a sabiendas de los devaneos emocionales de Paulino, decidió, motu propio, contratar los impuros servicios de la musa que tantos poemas, creaba en el espíritu de éste último, para acompañarle una velada, y cumplir las fantasías más secretas de nuestro carbonero encaprichado.
Un miércoles, a las mismas ocho y media, como siempre, Paulino comenzaba a escuchar, desde dos calles más abajo, el mismo taconeo, el mismo contorneo, el mismo baile de caderas, madeja caminante con cintura de avispa que tanto le hacía sobrecoger; sin embargo, esta vez, los tacones se detuvieron a lo que él cifraba, un metro de distancia.
- ¿Paulino?
- Sí, ¿quién eres? (sobradamente le conocía, hasta por su respirar).
- Soy una amiga, me conoces bien, de hace tiempo ¿me invitas a pasar?
- Claro... ¿cómo no?...
Fuera de sí, Paulino, trataba de mostrarse ecuánime, como si de un dudoso interrogante se tratara aquella visita, congoja justificable. Con todo, aun sentados ya alrededor de una mesa de roble, con una tenue iluminación, el hilo de la conversación no tardo en enrevesarse, y a la conjunción de los temas se añadían los flirteos que ella, para sorpresa de él, furtivamente le lanzaba. Paulino transpiraba, nervioso en su desasosiego, en un terrible sinsaber, que le estaba llevando, por momentos, a su más difusa adolescencia, y es que lector (o lectora), para aquel hombre, entre la Diosa Afrodita y Malena, era ya tarde, no había posible parangón. La inefable pasión que enganchole a aquella mujer, era de suficiente magnitud, como para quedarse atrapado en el laberinto de su voz, para el resto de sus invidentes días. Respecto a ella, digamos que hacía mucho tiempo, que no pasaba un buen rato ni fuera, ni dentro de una cama, como lo estaba pasando en aquel momento, junto a aquel dulce ciego.
           De repente, mientras ella trataba de recitar, a duras penas, un poema que, de memoria, había aprendido de niña, en la escuela, él, a tientas, le tomó la mano, palpando la frialdad de aquella piel, y con voz entrecortada, pidió las pertinentes explicaciones, del porqué de tan insólita visita, algo que se estaba, inevitablemente, gestando y evadiendo por las ya sobradas artes amatorias y distractorias de Malena, gajes del oficio, tan Oiran como Geisha.
            Ella, sin querer revelar la fuente de todo aquello, prefirió engañar a Paulino, so pretexto de haber tenido que emular ser una amiga, por haberse sentido atraída por sus ojos, día tras día.
- ¿Cómo?... ¿Por mis ojos?... Malena, no sé si aún no te has dado cuenta pero... ¡soy ciego! ¡mis ojos perdieron su vida hace ya mucho tiempo!
- Apuesta lo que quieras a que pasaría más de un día y más de dos, mirándolos fijamente.
- Pero yo no podría saber si me estás mirando.
- Te diré algo...
- ¡Dime! (Paulino había ya tocado la cúspide del Olimpo e iniciaba el descenso hacia la tierra del hombre).
- A mis cuarenta y nueve años, nadie me ha mirado aún, como lo haces tú.
- Y yo a mis cincuenta, lo creas o no, no me había aún tropezado con una mujer que me hiciese sonreír, como lo haces tú...

             El final de esta historia, como en las mejores novelas, a mi gusto, queda a antojo de la inventiva del lector. Acabasen juntos o no, misterio insalvable, dado que tengo mis quehaceres, solo lo conozco yo, si es que decido retomar este relato, así que, barra libre de suposiciones, conclusiones y demás efluvios mentales.

             Por último, dejo una mis citas favoritas, apenas un par de versos de un poema, de mi admirado Pablo Neruda.
                         "Para mi corazón, basta tu pecho
                           para tu libertad, bastan mis alas"


lunes, 23 de julio de 2012

¿Por quién doblan las campanas?

"Doblan por ti", sentenciaba John Donne, en un poema escrito allá por el siglo XVII, en el que configuraba a la humanidad como un todo inseparable, mayor que la suma de sus partes (algo semejante, al pensamiento psicológico de la Gestalt), que incluso, no admitía partes iguales ni diferenciables. Decía el poema en uno de sus versos, transcribiendo: "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad". Y yo, resucitando las palabras de Bertrand Russell, añadiré que "lo único que redimirá a la humanidad, es la cooperación".
          ¡Qué gilipoyez!, exclamarán muchos detractores a esta cita, patriotas, nacionalistas, autonomistas, territorialistas, y una cantidad importante de "-istas" que redargüirán con cientos de argumentos lo que, prudente y llanamente, acabo de enunciar. Y se aferrarán a sentimientos de usar y tirar, sentimientos de abre-fácil pero de muy difícil reciclaje o descomposición, anhelos nostálgicos y decadentes, revisionismo propagandista que apesta a Patchouli, telarañas ideológicas que sirven poco más que para cubrir anaqueles; como se aferra el funcionario a sus sacrosantos "moscosos".
          ¿Qué es la tierra que pisamos y sus habitantes, sino un fenómeno efímero y perentorio, absolutamente inapropiable, que guardará con recelo su inevitable final? Cada cual es dueño de su respuesta, aunque el sabio sea siempre el que calle, cuando el inepto habla, verdad verdadera.
Somos víctimas, en una apabullante generalidad, de una enfermedad, aún no catalogada, una afección insólita, singular, extraña, pero al mismo tiempo, muy familiar. Fruto de dogmatismos y cláusula de libertades, el sentimiento nacional nos lleva, en el mejor de los casos, al empobrecimiento espiritual, y en el peor de ellos, a la guerra. Y no pretendo, con mi mesurado discurso, soltar un sermón barato de púlpito barroco, sino que, humildemente, retrato a escorzo lo que mis ojos, no pueden evitar ver.
          ¡Quiero mi derecho a un pasaporte de apátrida! ¿De apátrida? Un pasaporte así... ¿existe? Es la muy probable pregunta a la que deberé hacer frente, en la Comisaría, ante un burócrata, automatizado para expender cédulas de identificación o indicar a qué mesa dirigirse, para renovar licencias varias. 
Me duele, y hablo lector con el corazón en la mano, el haber coincidido una bochornosa tarde estival, en la Piazza Venezia de Roma, sobre el opulento monumento Vittoriano, digno de un par de suspiros (sin miedo a equivocarme), con una rehala de hispanos que, cualquier resquicio del lugar invadían, que fumaban y fumaban estando tal acción expresamente prohibida y claramente anunciado, que sacaban decenas de panorámicas de grupo entorpeciendo el devenir de los visitantes, que gritaban sus apodos a cada cual más absurdo, que...que...que... ¿bueno y qué pasa? me contestarían, sin dudarlo un momento. ¡Nada, nada, no pasa nada! Solo "pasáis" vosotros, y con suerte, después pasarán otros, que harán lo mismo, y así, hasta que volvamos a gruñir en Atapuerca, pero esta vez gruñiremos aquello de: "Yoooo soy españoool, españoool, españoool", o tal vez "que viiiiva Espaaaaña", o un simple "Goooooool". Y es que lector, no hay otra cosa que el público ibérico, genéticamente hablando, mezcolanza de celtas, íberos, astures, habitantes de Tartessos, latinos, árabes...; sepa hacer mejor que hacerse notar entre cañonazos nacionalistas, te lo dice un viajero, desde la modestia que precisa el asunto. 
         Admito dicotomías a mi reivindicación, nadie es poseedor de la verdad absoluta, pero no me importaría, ancha es Castilla, el marcharme a vivir al Bután.


Queda añadir, para no causar un descarado malentendido, que amo la tierra en la que he nacido; que lloro cuando lejos de ella me encuentro, a lágrima viva; que he soñado con comer un buen potaje, habiendo de conformarme con un cassoulet francés; he extrañado su sol, su breve lluvia y su inaguantable bochorno; pero parceiro, lo cortés no quita lo valiente. Como dice Sánchez Dragó: No seas nacionalista ni patriota, sé regionalista (siempre, en el más comedido e inocente sentido de la palabra) o incluso, pueblerino. ¿Cómo pensar que la emigración es un fenómeno negativo, si es el quid de la supervivencia, en el mundo de las aves?


      "El patriotismo es el huevo donde se incuban las guerras" 
                                                      Guy de Maupassant.

sábado, 21 de julio de 2012

Inauguración


"Escritor inquieto, filósofo amateur, ente inestable, prudente y afable".
Se me queda, de sobra, lejano y grande, aquello de escribir un libro, y más si hablamos de un tamaño decente; y sin embargo, del mismo modo, uno ya se ha cansado de bosquejar la realidad inmanente e irreparable, en cuartillas de bloc. Por tanto, actuando como siempre, en consonancia de mi ánimo, y sin atenerme a consecuencias ni consejos (aunque lo presente fuera un consejo, de alguien a quien aprecio cualquier observación), abro, simple y llanamente, un blog, acrónimo de web y log (acrónimo, sí, término griego que siempre me ha parecido de lo más fúnebre, a diferencia de su homólogo inglés, portemanteau, o francés, mot-valise; incluso, si me apuras, el italiano, parola macedonia, que invita desde luego, un poquito más, a sonreír en su lectura). Nunca, lo juro, en mi baldía y divagante existencia, me he llevado del todo bien con ésto de las nuevas tecnologías, me hastía el hecho de precisar de una base sólida de conocimientos teórico-prácticos, para manipular, al menos, a nivel dummie con un tanto de dignidad, tres ventanas que apremian y amenazan constantemente con, verbigracia: cerrarse inesperadamente; bloquearse como una horda de nipones fotófilos en los pasadizos de la Plaza Mayor; suicidarse de golpe y porrazo al clic, y a fuerza de no parar quieto el puntero del ratón, como es en mi caso, meu Deus, que por momentos, frente a mi frígido portátil, creo sufrir de Parkinson; o, simplemente, sacarme de quicio el hecho de mantener con vida seis ventanas, cuatro de ellas probablemente inanes en el instante, y pasar un buen rato buscando dónde he dejado lo que quería copiar, dónde quería pegarlo, por qué diantres aparece éste perro, menudo susto que me ha dado el "cabrón" del antivirus solo para decirme que se ha actualizado correctamente; así como la cantidad ingente de contraseñas a memorizar, ya que, si cruzas la web, van a pedirte que te registres hasta para toser.
Es, pues, un desafío para mí, todo lo que concierne al "blogueo" (y sí, lo acabo de castellanizar). De hecho, he de confesar que intenté crear un blog en wordpress, pero desistí en mi empresa cuando no le venía en gana a la herramienta editora del blog, dejarme escribir en la ventana de "nueva entrada", quizá, lo más seguro, fallo mío, por no haber cliqueado alguna casilla, pero, ¿qué queréis que os diga?, habiendo más páginas que me permitan hacerlo de manera más sencilla... c'est la vie!, y lo dice una de las pocas personas que, por este método, ya no puede transferirse a otra compañía telefónica, porque ya ha pasado por las cuatro que, actualmente, operan las redes.

Tras este peculiar prefacio, epílogo de todo aquello que durante cuarenta minutos asolaba mi cabeza, doy por terminada esta entrada, ¡lo sé!, pesada, abrumadora, latosa, incluso ponzoñosa, con epítetos inútiles y sustantivos baladíes... ¡se siente!, mi mente imprime así. À tout à l'heure!

      
           "La verdad es la que libera, no el esfuerzo por ser libre"
                                                              Jiddu Krishnamurti