Como cada tarde, Paulino, hombre parco en palabras, sencillo, enjuto, apocado, de sonrisa permanente y tendente a aquella manía tan monacal, de cruzar los dedos de ambas manos, girando los pulgares entre sí; sufridos cincuenta años, ciego de ojos por accidente de profesión como carbonero, hacía ya más de dos mil lunas, pero de vista atezada como el azabache, profunda, como el ojo de un huracán; se sentaba, junto a la fachada de su humilde hogar, a "observar" la realidad pasar tras sus narices; a olfatear el aroma de la piel de los gatos que, a su manera, le saludaban, frotándose una y otra vez, contra sus piernas cruzadas; a responder a todo saludo de los que por allí merodeaban; a recordar tiempos mejores; a sonreír a las ñeques contradicciones; a descifrar los enigmas a los que el kioskero Carmelo, le desafiaba; a crear barcos y aves de papel, con los pliegos de periódico que a aquél le sobraban, y un largo etcétera.
Malena era, a opinión del resto del pueblo, una vulgar fulana de burdas maneras, ya más que desgastada por el trajín de los años, y no andaban muy en desacierto. De risa expropiada por su protocolaria rutina, arrugas que lastraban cada día más su trabajo, sueños perdidos entre las sábanas de mil camas, piropos malolientes, insultos bienvenidos, cuarenta y nueve infelices primaveras, homínidos inanes que ningún futuro ni salida, le ofrecían; era, en resumen, mobiliario urbano que el viandante común, siempre trata de evitar. De cabellos manifiestamente descoloridos, piel oxidada e intransitable, manos huesudas, pecho caído y nacarado que denotaba un cansado escote, nariz cincelada a modo de efigie años atrás, tacones desgastados, y un bolso pequeño cubierto por perlas, algunas ya caídas; pasaba, como cada tarde, a eso de las ocho y media, por la fachada del hogar de Paulino.
A Paulino, no le faltaba un sentido, sino que ante el taconeo de Malena, y la fragancia que al conjunto acompañaba, le sobraban dos. El ciego, llevaba ya varios meses percibiendo aquel aroma a coco, aquel ventanal de sensaciones en sus pulmones, esa porción de su rutina que a muchos podría matar o hastiar pero que, sin embargo, a él estaba dando la vida. No obstante, era inviable un fortuito encuentro entre ambos seres, dado que Malena siempre andaba como alma que lleva el Diablo. Además, ¿dije ya que Paulino era un hombre parco en palabras, sencillo, enjuto y apocado?
Carmelo era robusto, bonachón, de rostro rosado, gorra a cuadros, camisa descocada, honrado y cercano a sus clientes, pero que, alejado de todo concepto de
familia, durante los últimos cinco años, su único amigo había sido Paulino.
Carmelo, a sabiendas de los devaneos emocionales de Paulino, decidió,
motu propio, contratar los impuros servicios de la musa que tantos poemas, creaba en el espíritu de éste último, para acompañarle una velada, y cumplir las fantasías más secretas de nuestro carbonero encaprichado.
Un miércoles, a las mismas ocho y media, como siempre, Paulino comenzaba a escuchar, desde dos calles más abajo, el mismo taconeo, el mismo contorneo, el mismo baile de caderas, madeja caminante con cintura de avispa que tanto le hacía sobrecoger; sin embargo, esta vez, los tacones se detuvieron a lo que él cifraba, un metro de distancia.
- ¿Paulino?
- Sí, ¿quién eres? (sobradamente le conocía, hasta por su respirar).
- Soy una amiga, me conoces bien, de hace tiempo ¿me invitas a pasar?
- Claro... ¿cómo no?...
Fuera de sí, Paulino, trataba de mostrarse ecuánime, como si de un dudoso interrogante se tratara aquella visita, congoja justificable. Con todo, aun sentados ya alrededor de una mesa de roble, con una tenue iluminación, el hilo de la conversación no tardo en enrevesarse, y a la conjunción de los temas se añadían los flirteos que ella, para sorpresa de él, furtivamente le lanzaba. Paulino transpiraba, nervioso en su desasosiego, en un terrible
sinsaber, que le estaba llevando, por momentos, a su más difusa adolescencia, y es que lector (o lectora), para aquel hombre, entre la Diosa Afrodita y Malena, era ya tarde, no había posible parangón. La inefable pasión que enganchole a aquella mujer, era de suficiente magnitud, como para quedarse atrapado en el laberinto de su voz, para el resto de sus invidentes días. Respecto a ella, digamos que hacía mucho tiempo, que no pasaba un buen rato ni fuera, ni dentro de una cama, como lo estaba pasando en aquel momento, junto a aquel dulce ciego.
De repente, mientras ella trataba de recitar, a duras penas, un poema que, de memoria, había aprendido de niña, en la escuela, él, a tientas, le tomó la mano, palpando la frialdad de aquella piel, y con voz entrecortada, pidió las pertinentes explicaciones, del porqué de tan insólita visita, algo que se estaba, inevitablemente, gestando y evadiendo por las ya sobradas artes amatorias y distractorias de Malena, gajes del oficio, tan
Oiran como
Geisha.
Ella, sin querer revelar la fuente de todo aquello, prefirió engañar a Paulino, so pretexto de haber tenido que emular ser una amiga, por haberse sentido atraída por sus ojos, día tras día.
- ¿Cómo?... ¿Por mis ojos?... Malena, no sé si aún no te has dado cuenta pero... ¡soy ciego! ¡mis ojos perdieron su vida hace ya mucho tiempo!
- Apuesta lo que quieras a que pasaría más de un día y más de dos, mirándolos fijamente.
- Pero yo no podría saber si me estás mirando.
- Te diré algo...
- ¡Dime! (Paulino había ya tocado la cúspide del Olimpo e iniciaba el descenso hacia la tierra del hombre).
- A mis cuarenta y nueve años, nadie me ha mirado aún, como lo haces tú.
- Y yo a mis cincuenta, lo creas o no, no me había aún tropezado con una mujer que me hiciese sonreír, como lo haces tú...
El final de esta historia, como en las mejores novelas, a mi gusto, queda a antojo de la inventiva del lector. Acabasen juntos o no, misterio insalvable, dado que tengo mis quehaceres, solo lo conozco yo, si es que decido retomar este relato, así que,
barra libre de suposiciones, conclusiones y demás efluvios mentales.
Por último, dejo una mis citas favoritas, apenas un par de versos de un poema, de mi admirado Pablo Neruda.
"Para mi corazón, basta tu pecho
para tu libertad, bastan mis alas"