lunes, 23 de julio de 2012

¿Por quién doblan las campanas?

"Doblan por ti", sentenciaba John Donne, en un poema escrito allá por el siglo XVII, en el que configuraba a la humanidad como un todo inseparable, mayor que la suma de sus partes (algo semejante, al pensamiento psicológico de la Gestalt), que incluso, no admitía partes iguales ni diferenciables. Decía el poema en uno de sus versos, transcribiendo: "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad". Y yo, resucitando las palabras de Bertrand Russell, añadiré que "lo único que redimirá a la humanidad, es la cooperación".
          ¡Qué gilipoyez!, exclamarán muchos detractores a esta cita, patriotas, nacionalistas, autonomistas, territorialistas, y una cantidad importante de "-istas" que redargüirán con cientos de argumentos lo que, prudente y llanamente, acabo de enunciar. Y se aferrarán a sentimientos de usar y tirar, sentimientos de abre-fácil pero de muy difícil reciclaje o descomposición, anhelos nostálgicos y decadentes, revisionismo propagandista que apesta a Patchouli, telarañas ideológicas que sirven poco más que para cubrir anaqueles; como se aferra el funcionario a sus sacrosantos "moscosos".
          ¿Qué es la tierra que pisamos y sus habitantes, sino un fenómeno efímero y perentorio, absolutamente inapropiable, que guardará con recelo su inevitable final? Cada cual es dueño de su respuesta, aunque el sabio sea siempre el que calle, cuando el inepto habla, verdad verdadera.
Somos víctimas, en una apabullante generalidad, de una enfermedad, aún no catalogada, una afección insólita, singular, extraña, pero al mismo tiempo, muy familiar. Fruto de dogmatismos y cláusula de libertades, el sentimiento nacional nos lleva, en el mejor de los casos, al empobrecimiento espiritual, y en el peor de ellos, a la guerra. Y no pretendo, con mi mesurado discurso, soltar un sermón barato de púlpito barroco, sino que, humildemente, retrato a escorzo lo que mis ojos, no pueden evitar ver.
          ¡Quiero mi derecho a un pasaporte de apátrida! ¿De apátrida? Un pasaporte así... ¿existe? Es la muy probable pregunta a la que deberé hacer frente, en la Comisaría, ante un burócrata, automatizado para expender cédulas de identificación o indicar a qué mesa dirigirse, para renovar licencias varias. 
Me duele, y hablo lector con el corazón en la mano, el haber coincidido una bochornosa tarde estival, en la Piazza Venezia de Roma, sobre el opulento monumento Vittoriano, digno de un par de suspiros (sin miedo a equivocarme), con una rehala de hispanos que, cualquier resquicio del lugar invadían, que fumaban y fumaban estando tal acción expresamente prohibida y claramente anunciado, que sacaban decenas de panorámicas de grupo entorpeciendo el devenir de los visitantes, que gritaban sus apodos a cada cual más absurdo, que...que...que... ¿bueno y qué pasa? me contestarían, sin dudarlo un momento. ¡Nada, nada, no pasa nada! Solo "pasáis" vosotros, y con suerte, después pasarán otros, que harán lo mismo, y así, hasta que volvamos a gruñir en Atapuerca, pero esta vez gruñiremos aquello de: "Yoooo soy españoool, españoool, españoool", o tal vez "que viiiiva Espaaaaña", o un simple "Goooooool". Y es que lector, no hay otra cosa que el público ibérico, genéticamente hablando, mezcolanza de celtas, íberos, astures, habitantes de Tartessos, latinos, árabes...; sepa hacer mejor que hacerse notar entre cañonazos nacionalistas, te lo dice un viajero, desde la modestia que precisa el asunto. 
         Admito dicotomías a mi reivindicación, nadie es poseedor de la verdad absoluta, pero no me importaría, ancha es Castilla, el marcharme a vivir al Bután.


Queda añadir, para no causar un descarado malentendido, que amo la tierra en la que he nacido; que lloro cuando lejos de ella me encuentro, a lágrima viva; que he soñado con comer un buen potaje, habiendo de conformarme con un cassoulet francés; he extrañado su sol, su breve lluvia y su inaguantable bochorno; pero parceiro, lo cortés no quita lo valiente. Como dice Sánchez Dragó: No seas nacionalista ni patriota, sé regionalista (siempre, en el más comedido e inocente sentido de la palabra) o incluso, pueblerino. ¿Cómo pensar que la emigración es un fenómeno negativo, si es el quid de la supervivencia, en el mundo de las aves?


      "El patriotismo es el huevo donde se incuban las guerras" 
                                                      Guy de Maupassant.

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