domingo, 29 de julio de 2012

Tratado del buen ciudadano, capítulo I.

Habitualmente, escribo en un estado de perenne calma, y en mi ingenuidad naïf, pretendo creer que, de algún modo, o bien tengo la razón, o bien no la tengo, pero el lector está compartiendo su opinión con la mía.
La ciudadanía es perversa, maléfica, maquiavélica, dañina, nociva, ponzoñosa, además de un proyecto sumamente pretencioso. Pueriles gobernantes, alcalditos, consejeros, concejales, teniente-alcalditos, secretarios y demás turba del politikós local, que tirotean a toda casta moviente y semoviente, con sanciones y ordenanzas, en el mejor de los casos, autoritarias y arbitrarias, y en el peor, absurdas y contradictorias.
Este anterior párrafo, un tanto pendenciero, viene al hilo de un suceso acaecido hace exactamente... una hora. Yo, amante de la lectura en Domingos y no Domingos, granice, nieve, truene, tueste o cubra de nubes la Tierra a lo largo y ancho, ese cielo de los Dioses; ojeaba un libro que recientemente me han prestado: Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig (harto recomendable, dado que es brevísimo, escrito en un registro frugal, inteligible, y sobre todo, ameno ameno ameno); considerando dos veces la posibilidad de no lidiar la invitación hecha por el arrullo de mi gato, para conciliar un sueñecito ambos, al menos, durante la siguiente media hora...comprensible, dado que eran las cuatro menos cuarto, de esta tórrida tarde de final de Julio. La esperanza era ya un mero fantasma, cuando al simpático vecino que vive a mi zurda, no se le ocurre otra magnífica idea más que, retomar felizmente, sus obras menores, las cuales no veré jamás terminar, y es que el Pigmalión de los cojones, lleva de "obras menores", desde principios de Abril... ¡y cuatro meses de "obras menores" pueden dar para mucho, oiga!. Sobre todo si son tan menores como para hacer vibrar mi hogar.
Mi disyuntiva es la siguiente: cuando por fin, nuestro amigo Brunelleschi, decida que su opera magna haya finalizado, habré de decidir entre, por curioso, o bien ir a admirar Dios quiera que sea lo que haya construido o destruido, porque creo, en mi consciente ignorancia, que se causaron menos perjuicios en la construcción de la Gran Muralla, del Monasterio del Escorial, de la Pirámide de Keops, o del Palacio del Pueblo de Bucarest (por el que "el pueblo", es el único que no pasa); o bien entrar vesánicamente en su inmueble y meterle fuego hasta a la escoba del urinario; como también puedo "dejarlo pasar", lo cual es conducta generalmente impuesta aceptada y que sin duda, me hará ser un buen ciudadano.
¡Caray con la manía que les ha dado a todos por el buenismo! La tolerancia entra en mi equipaje de mano, siempre que lo guardemos junto a su hermano mayor, el respeto. Y es que creo que es respetable, aquí, en Naurú, en las Islas Mauricio o en cualquier rincón de este luengo planeta, el hecho de querer reposar la semana, un Domingo por la tarde. Están tardando en acomodarlo, al "ilustrado" catálogo de soeces derechos fundamentales de los que consta nuestra Constitución, que es papel mojado, en otras palabras.
Buscando en la web la dichosita ordenanza sobre ruidos, del excelentísimo y todopoderosísimo Ayuntamiento de Madrid, contemplo ojiplático cómo... es permisible hacer obras en casa los Domingos, si bien se le impone un horario más restringido, que durante los días laborables: de 8 a 22 para éstos, y de 9 a 22 para aquéllos. ¡Fantástico, maravilloso, albricias y vítores! Una hora más de reposo matinal, ¡cuánta benevolencia señores del Pleno!.
Pero ¡vaya!, que lo que antes se podía solucionar hablando y razonando, todo ello terminado en un apretón de manos y ambas disculpas; hoy día puede acabar con una nota de cortesía, respondida por un "anda y que te den por el c..., yo hago lo que quiera en mi casa". Y es que este país, del que muchos se sienten orgullosísimos, sobre todo cuando ven jugando a un juego de niños, a veintidós fantoches que exhiben sus peinados, y a un arbitro que acaba por ser el foco de todo improperio; ha perdido, y seguirá perdiendo, las formas y la educación deseables, dicho por alguien que tuvo el placer de vivir en France durante un año; ejemplar comportamiento y cortesía la de aquellos que aquí, llaman "gabachos de mierda". Anécdota interesante: varias veces, al volver a establecerme aquí después de, recientemente, haber vuelto de aquellas tierras, no fueron pocos los que al conversar, me compelían a hablar más alto... costumbre grata, el uso francés, de hablar al volumen justo y necesario.

Me retiro de nuevo a ver si, al menos, durante un rato, puedo hacer acopio de una horita, de suave lectura.

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